Amor de ruta



Por Fénix Figueroa

Tenía el cabello castaño claro, rojizo, la piel blanca muy sedeña, labios rosados y carnosos, de baja estatura y cuerpo esbelto. Llevaba un remedo de maletín ridículo y diminuto colgado del hombro. Descendió del tren un par de estaciones antes que yo.

Ahí va otro más, otro amor de cinco pesos y diez minutos. Uno más de los que todos tenemos cada día.

No, no son cosa sería, por lo general. No es cómo que te enamoren de verdad, que se planten en tu cabeza y no salgan de tus pensamientos para siempre. Su esperanza de vida va de unos minutos, unas horas y pocas veces, algunos días.

No son esa clase de amor. No. 

Los amores del tren, camión, taxi, o lo que sea, son de otra clase. Si bien no se clavan profundo hasta consumarse, al menos diría que son en extremo necesarios para la supervivencia del individuo.

No exagero con dicha afirmación y voy a explicarla para los más incrédulos.

Dicen que de sueños vive el hombre, es decir, las personas nos mantenemos a flote en este mar llamado vida gracias a nuestros sueños, las metas o aspiraciones, incluso deseos, por los que luchamos y justificamos todos nuestros esfuerzos. Ya lo decían muchos pensadores, que el hombre se siente solo y busca justificar y explicar si existencia en el mundo. 

Los amores pasajeros nos llevan a imaginar, ensoñar situaciones en las que estamos con aquella persona, en las que compartimos, vivimos y crecemos juntos, pero no es exactamente al otro al que visualizamos sino a nosotros mismos. ¿Qué clase de persona sería con un hombre/mujer como esa? 

Dígame romántica si quieren, pero son tan divinos esos amores que se vuelven casi medicinales, porque no me dejaran mentir, les ha pasado eso de enamorarse en una parada o vagón y llegar sonriendo a su destino.

En fin, no deje de enamorarse y si aún no lo ha hecho ¿qué espera?, corra a su transporte más cercano y pague la cuota por sus veinte minutos de ilusión.

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