Asalto sin mano armada
"Ya se la saben mi gente; de atrás para adelante, de adelante para atrás: celulares, anillos, carteras, relojes, me los tiran porque a mí no me sirven de nada."El cholillo
Por Fénix Figueroa
–¿Va a pagar con cambio?– escucho a mis espaldas antes de abordar el camión. Un hombre diría yo pocos años mayor que yo, con una playera azul y anteojos, me muestra una moneda de diez en la palma de su mano y repite la pregunta– ¿Va a pagar con cambio?– sobre entiendo la cuestión y le doy mis siete pesos para que el pague todo junto.
Así le hacemos los mexicanos para no pagar demás cuando nos quedamos sin el cambio exacto para el pesero. Me recorro hacia el fondo del pasillo, en el camino veo a un chico que encontré en el mismo transporte por la mañana, está de espaldas a la puerta, yo me sitúo unos pasos más adelante y me sujeto del respaldo de un asiento.
Detrás de todos los que abordamos se sube otro joven y le solicita permiso al operador de pedir una moneda, este otorga su consentimiento mudo con un movimiento de la cabeza y se dispone a comenzar la marcha, algunas personas terminan de abordar mientras tanto.
Ya se la saben mi gente; de atrás para adelante, de adelante para atrás: celulares, anillos, carteras, relojes, me los tiran porque a mí no me sirven de nada.
El chico dice su discurso, habla rápido, pero antes de decir la última frase –me los tiran porque no me sirven– el joven que segundos antes me pedía el cambio decide bajarse del camión ya en marcha. Justo cuando el conductor comenzaba a tomar carrera corrió escalones abajo, impactandose contra un señalamiento de alto –o parada de autobús– que nunca antes había notado, hasta ese momento. Se escuchó un golpe seco diluido en el ruido del motor, los lentes salieron disparados contra el piso a unos centímetros de distancia. El operador freno de golpe, pero nadie descendió.
–Chale carnal, mejor así déjalo– dice el muchacho que iba a pedir una moneda– perdón gente, no era la intención. Chale– repite antes de bajarse y perderse entre las calles meneando la cabeza.
Todos quedamos impactados y no falta quien se asoma por la puerta o la ventana, incluido el chofer que decide reanudar la marcha luego de algunos segundos de cavilación. Y con las ruedas en movimiento parece como si no hubiera pasado nada, todos vuelven a sus pensamientos o celulares. Yo me quedo pensando y repitiendo "chale", pero no tanto por la fuga trágica, más bien es un chale por todo lo que no iba en ese camión pero estuvo presente.
Es que la Ciudad de México es la ciudad del miedo, porque a dónde quiera que vamos nos acompaña, es parte del outfit cotidiano. Y si el muchacho se aventó –prácticamente– del camión fue por miedo, pero no es temor de que se lleven tus pertenencias (tal vez sí), más bien es de que puedan lastimarte. ¿Pero como va a dañarte alguien sin arma?
Así como están las cosas uno debería preguntar con que nos van a robar: pistola, cuchillo o madrazo limpio, porque si no hay ninguna más que groserías y una voz muy segura ni vale la pena alarmarse. Digo, igual te van a atracar, pero te ahorras el susto y la 'diabetis'.
Muy distinta sería la cosa si lograramos unirnos; dicen que la unión hace la fuerza. En un camión lleno de personas resultaría increíble que un 'cholillo' desarmado se llevara todo sin resistencia, sin embargo la verdad como mexicanos es que cuando hay miedo la solidaridad se va por la tubería. Lo que es peor no es el miedo, es que ya ni lo sentimos, como yo, que se me activaron las alertas hasta que el joven saltó.
La cosa es que la delincuencia y violencia son pan de cada día para los defeños, ya estamos acostumbrados a ello. Por inercia, solo apretamos contra nosotros nuestras pertenencias cada vez que sube un muchacho con pinta de cholillo: jeans o bermudas, tenis, playera de tirantes en época de calor o sudadera –con la gorra puesta– en los días más fríos; usan cabello corto, de piel morena –por lo general– muy tatuada.
Así, por la costumbre, nos volvemos mirones indiferentes ante situaciones como la de un hombre saltando del camión. Me quedé pensando mucho en el hecho de que nadie se bajara para ayudarlo –ni siquiera yo que sé primeros auxilios– porque a decir verdad no supimos siquiera si había quedado consciente o inconsciente. Alcanzo a escuchar de los asientos de atrás un "que putazo se dió", me remuerde la indiferencia.
Pienso y pienso ¿realmente vale la pena? partirse la madre intentando escapar solo para que no te quiten ¿qué? el celular, unos pesos, la tarjeta quizá. Teléfono; me puedo comprar otro o quedarme un tiempo sin él; los pesos, pues no valen tanto como mi integridad; la tarjeta la doy de baja. ¿Qué me preocuparía? Pues todas las sesiones abiertas en miles de plataformas, de las que, la mayoría, no recuerdo la contraseña.
Me digo a mi misma que llegando voy a apuntar todas y cada una en una libreta, pero la verdad se que lo dejaré para después, un después que podría ser arrebatado por la ciudad, por sus 'cholillos'.
Comentarios
Publicar un comentario