El sabor de las cerezas
Por Fénix Figueroa
El sabor de las cerezas es rojo.
No te burles, si sabe el rojo, el color se saborea
Cómo todo lo que es
Un rojo vino mate
Como ese carmesí de tus palabras, deslizadas
entre los dientes, entre una lengua
entre las mejillas y el paladar.
El sabor de las cerezas es un rojo pecoso
cómo su piel
un sabor moteado en las papilas
desde el gusto en la cabeza
desde la memoria.
Es un rojo hambriento, deseoso
del dolor llevado en la sangre
con muecas rojas que se
estiiIIIii r a n por toda la cara.
Son llamas de rojo renacer
de soles muertos al crepúsculo,
de la luna entre las piernas
de la vida en el ombligo;
vivimos en un hoyo.
Las cerezas saben al rojo de tu aliento
perdido en los gemidos, el
bao de la noche pecadora
de tus horas más felices.
Un rojo que viene de abajo, en
las raíces del árbol que te
aferra cuando lo abrazas en
tu sentido de inconsciencia profunda,
cuando te atreves a llorar por
la guerra que has perdido, perdido
cómo todos, como yo, en el río.
El sabor es de saliva de labios rojos.
De deseo en rojo
cómo instinto primario,
un estómago hambriento
una mente vacía y hambrienta.
Es el sabor del rojo en la pañoleta
que usas como mordaza, como
venda para ojos ciegos
que despiertan gritando compases
de una música que no es roja.
Las cerezas saben a seseo
de serpiente
de susurros sibilantes
de sensaciones sutiles
de sobras saladas en la mesa
de heces de perro,
seseos de bruja.
Saben a lenguas muertas
a viejos que beben y hablan
a tierra húmeda y lejana
a fuego frío
que arde sin arder
que perdió el apetito.
Las cerezas saben así
cómo solo pueden hacerlo en cada boca.
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