La vejez estorba


Por Fénix Figueroa


Hace unos días viví una escena cotidiana en nuestro país, una de esas tan simples y absurdas que te llevan a cuestionarlas. 

Sobre la acera en la que se encuentra mi lugar de trabajo hay un grupo de bugambilias; son unos cuatro arbolillos chaparrones que crecen con vehemencia hacia los costados, alargando sus brazos a los peatones que intentan esquivar el saludo amistoso de la naturaleza. Cómo adivinan, el paso en la banqueta está invadido por las ramas que dejan un estrecho espacio para caminar.

Ese día caminaba hacia la esquina sabiendo que me encontraría con las bugambilias y tendría que esquivarlas, delante de mi una mujer de edad avanzada se dirigía al mismo destino con paso manso. A mí me enseñaron que rebasar a los ancianos en un camino estrecho es de mala educación, así que cuando estaba cerca de ella bajé el ritmo de la marcha esperando a que pasara primero.

Para mí sorpresa la señora no lo hizo. Me miró de reojo y se hizo a un lado, disculpándose como si estuviera cometiendo alguna falta. Me quedé un poco asombrada pero acepté el paso y seguí mi camino al mismo ritmo de antes. Enseguida intenté ponerme en sus zapatos y me llegó una verdad repulsiva. 

La mujer se disculpó y se quitó del paso porque pensó que lo obstruía, tal vez por su lento andar o por el bolso abultado sobre su hombro, la idea fue la misma: estoy estorbando. Una anciana que se disculpa con una joven por estar en medio, por estar, díganme si no es una absurda realidad.

Pensé en todas las veces que me ha sucedido lo mismo y me di cuenta que no eran pocas, ¿por qué? ¿Por qué las personas mayores se sienten 'estorbos' para los jóvenes? 

La respuesta no viene a ser culpa de los jóvenes, la mayoría de mis amigos y conocidos respetan y valoran a los ancianos. Ese sentimiento de estar demás viene de ellos mismos, pero tampoco son culpables de él. La causante de todo es la estructura social, económica y política de nuestro país.

Piénsenlo un poco; la mayoría de las veces la oportunidad laboral se acaba –por mucho– a los sesenta y cinco, después de ello las personas se afianzan a una cosa llamada pensión, la cual no todos tienen la suerte de recibir. Sin trabajo y sin sustento la otra opción recae en los hijos, si es que los hay, o en todo caso en la producción y venta de productos –artesanías o comestibles– de manera independiente. Pero seamos sinceros, este país está poblado en gran parte por personas mayores, al final del día las oportunidades no alcanzan para todos.

Y aquí es donde pareciera que la vejez nos estorba como sociedad, que son un lastre con el que hay que cargar todos los días y esto es un error monumental. Si vemos el ejemplo de Japón, dónde la gente mayor es valorada de tal modo que se vuelve casi casi un tesoro nacional, donde buscan la manera de emplearlos e incluirlos en la vida social, podemos darnos cuenta que no es imposible.

Sin embargo en el México absurdo y querido que habitamos las personas valemos en función de nuestra productividad; si puedes trabajar como esclavo y producirle mucha ganancia a un patrón entonces eres un ser valioso, en cambio si tú fuerza laboral ya no es la misma y ahora necesitas mucha más asistencia médica para rendir, pues tú valor anda por los suelos. Suena cruel, pero es la realidad.

Así que solo quedan dos opciones: quedarnos como estamos y dejar que los abuelitos sigan teniendo la errónea idea de que estorban, o hacer algo para que no sea de ese modo. La otra es que vayamos ahorrando para nuestros años no tan mozos, no vaya a ser que así como otros programas sociales también nos quiten el de supervivencia.

En fin, el capitalismo. 

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