El viciado olor de la habitación

Foto: Juan Miguel Rogado


Por Fénix Figueroa 


En la suerte de multifamiliares que habita los techos son prefabricados con bloques de unicel y otros materiales baratos. Los pisos apenas tienen acabados "finos" de concreto con manchas como pecas. Entre uno y otro queda un espacio de apenas unos tres metros y medio en el que se ven obligados a hacinarse el mobiliario de segunda, uno o dos moradores y un par de rosas artificiales opacadas por el polvo. 

En el mismo dominio espacial aprendió a coexistir un aire que rara vez se renueva, añejándose en cambio con el paso de los días. Un par de cortinas negras rematan la fórmula del cultivo hidropónico –para estar in– de bacterias, al que los fines de semana se suman los perfumes del alcohol, las drogas, el sexo, los sachets artesanales y las exhalaciones de un bong.

Cada viernes fábrica en tres metros y medio su propio Edén, un paraíso de aromas y sensaciones que se despiertan con veinte minutos de respiración holoscópica o las virtudes divinas de una planta seca. También participan ocasionalmente los placeres tántricos de sus amantes por demás complacientes, cuyas caricias retienen en su memoria las paredes para consolar futuros días en soledad.

El ritual se inicia en la llama de la vela, en esa flama que invita a los demonios al festín de pecados reprimidos durante toda la semana; así la madrugada del sábado deja de ser llana y burda y se viste de elegancia y goce. Una noche para liberar el espíritu y darle de comer y de beber a la voraz alma que durante días remoja el apetito en resignación.

Un escenario como de novela snob en el que deja de ser un peón, un número más en la cuantiosa fórmula capitalista de la ciudad. El momento de entregarse a la libertad y las pulsiones más íntimas, cuando deja atrás las labores de un oficio que no le apasiona, cuando puede revivir sus deseos más grandes y sentirse capaz de lograrlos; olvidarse de una oficina, de un patrón, del petulante dinero.

Tres metros y medio que se vuelven el búnker para los refugiados de la rutina, del aire guardado de la existencia común, la puerta de escape, el ferry que conecta la realidad con las paradisíacas costas de la ilusión. El momento de dejar atrás el aire viciado de la habitación y poder respirar, oler eso tan anhelado por los hombres.


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