Mensaje en código mosca


 

Por Fénix Figueroa

Esta es la tercera vez que interrumpe mi vuelo, ya estoy exhausta pero no puedo rendirme.

Hace un par de años, durante alguna de mis sesiones de vuelo, una pequeña niña me observaba curiosa. Hoy, mucho tiempo después, la misma (ahora) mujer me mira y manotea al aire, sus manos están mojadas, lo sé porque siento caer sobre mi una llovizna cada que las agita.

Los humanos siempre dicen que los mosquitos vienen de otro planeta, marcianos les llaman, incluso tienen elaboradas teorías científicas en torno al ADN y cosas de las que nosotras las moscas no entendemos. La verdad de todo es que no es cierto, los mosquitos no son alienígenas, nosotras sí.

Venimos de un planeta muy lejano cuya supervivencia se basa en la podredumbre, sin embargo la plaga de las cosas vivas y hermosas cada vez se extiende más. Por esa razón vinimos a la Tierra, para estudiar como les es posible sobrevivir en un hábitat agreste.

Los humanos son curiosos y complicados. Dicen que la comida debe ser fresca y natural, entre más mejor, pero cuando tienen el alimento de frente se aseguran primero de quitarle todo resabio de vida. Sacrifican a los animales, cortan los frutos y ambos son mutilados y cocidos primero. En mi mundo les llamamos necrófagos. 

Volviendo al tema anterior, nuestra misión era informar acerca de su comportamiento y estrategias de supervivencia, con lo que llegamos a la conclusión previa. Sin embargo, después de varios siglos, cuando nuestro mundo comenzaba su acelerado descenso a la destrucción, decidimos colonizar y, paulatinamente, adueñarnos de este planeta, donde la podredumbre está de sobra.

Pero aunque todo parecía marchar de maravilla, los hombres nos llamaron plaga y nos consideraron repugnantes y dañinas para la salud, tesis que resulta contradictoria a sus formas de vida. Se volvieron nuestro –casi– depredador por excelencia. Necesitábamos huir. 

Así que por mucho tiempo hemos intentado enviar un mensaje de auxilio a civilizaciones más avanzadas. Con la tecnología primitiva terrestre se volvía un reto casi imposible, hasta que encontramos un canal, una frecuencia magnética en conexión directa al universo, a la que solo podíamos acceder a través del zumbido de nuestras alas.

Los mensajes se mandan en clave, de modo que hacemos figuras en el aire una y otra vez. Si no fuera por la riqueza en podredumbre de este planeta, ya habríamos sucumbido ante la desesperanza. Por ello invertimos la mayor parte del tiempo en "volar en círculos", como dicen los humanos.

La primera vez, hace años, que la niña me observaba, recuerdo muy bien que intentaba descifrar el mensaje. Tomaba notas y se apresuraba a dibujar las formas que distinguía. Pensé que se trataba de una espía terrestre, pero sentí alivio de que me observara desde el ángulo incorrecto.

Ahora que ha pasado el tiempo ya no dibuja ni toma notas, simplemente manotea, intenta asesinarme. Me entristece un poco saber que la madurez le arrebató la inocencia y curiosidad. La vida humana adulta es la soledad encarnada. 

Pero yo tan solo soy una mosca que no sabe de sentimientos y dedica sus días a volar en círculos.

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