La lagartona



 Por Fénix Figueroa

En la facultad todos la conocían como la lagartona. Tenía el apodo más feo de toda la generación, había quienes se oponían a él, ya fuera por humanidad o hipocresía. Pero el nombre siempre estuvo sin que a ella pareciera importarle mucho.

Las chicas eran las más empeñadas en llamarle de ese modo, pese a que la mayoría desconociera el orígen y solo replicara la frase como un loro. Algunas de ellas decían que el apodo se originaba de la costumbre que tenía en robar novios, a lo que ella contra argumentaba no podía robar algo otorgado por voluntad.

El apodo venía con mala reputación incluida –particularmente las seis primeras letras del sustantivo– de manera que, siempre que no fuera acompañada de un varón, se le veía, por lo general, sola. La lagartona tenía una única amiga, o al menos así la consideraba.

Sandra, la mini lagartona como le llamaban, era más bien una presencia intermitente en la vida de aquella. Se conocían desde hace algunos años y siempre se habían llevado bien, y aunque Sandy fuera un libro abierto no se podía decir lo mismo de su compañera, quién resultaba ser más bien un enigma.

Con los años y la adolescencia la amistad se había distanciado más. La vida de la lagartona era promiscua, más bien libertina que liberal, y si había algo molesto para quienes estuvieran cerca de ella eran los abundantes rumores.

Sandra la admiraba. Soñaba con un estilo de vida similar, pero las "buenas costumbres" familiares, la religión y un falso pudor la ponían del otro lado de la balanza. Para disimular la envidia el único remedio era una actitud voluble, por demás egoísta, con un constante distanciamiento.

Las cosas fueron a peor cuando la dulce Sandy consiguió "amarrarse" un novio, como decía la abuela. Parecía una relación de cuento de hadas: el príncipe y su princesa, el amor eterno... Pero por supuesto la bruja no podía faltar, (la música angelical es interrumpida por una sinfonía estridente y oscura) la lagartona ataca de nuevo.

Nunca fue más injuriada que entonces. Increíble que se hubiera involucrado con el novio de su propia amiga, encima la única que tenía y quién ahora también replicaba aquel horrendo apodo. Por supuesto el muchacho lo negó todo y, como en toda buena corte juvenil, se le negó el derecho de rendir explicación. Para su fortuna la universidad terminó y no se volvieron a ver en muchos años.

Aquella tarde Sandrita volaba apresurada por los corredores del metro. Ricardo la había entretenido más de la cuenta y ahora iba tardísimo. Llegó al andén y abordó el tren. Al otro lado de la puerta algo llamó su atención, un rostro familiar. Ahí, entre la multitud estaba la lagartona.

Comenzó a recordar esa época y se preguntó porque la habrían llamado de ese modo, si desde que la conocía el único novio robado había sido el suyo. Y eso todavía quedaba en duda, puesto que nunca tuvo más prueba que el rumor y encontrarlos charlando juntos. 

Salió de sus pensamientos cuando se percató de un hombre parado detrás de quién fuera su amiga, sus intenciones no parecían muy buenas. A ella la notó incómoda, y pese a los malos recuerdos se preocupó. Pero la lagartona parecía más nerviosa de lo normal; sudaba en frío, comenzó a temblar vigorosamente y sus ojos parecían inundados de emociones.

A Sandra le sorprendió mucho verla en ese estado, teniendo en cuenta su supuesta y amplia experiencia –y apertura– con los hombres. Recordó algunos comentarios masculinos de los que abogaban por ella, opiniones sobre que era menos de lo murmurado, además no haberse dejado tocar nunca por nadie.

Debía que reconocerlo: la lagartona tenía un cuerpo de impacto, pero lo que más resaltaba era su trasero. Siempre lo había envidiado, Sandy tan culiplana y ella tan abundante, firme, casi perfecta. (Que se pudra, pensó, santiguandose en seguida).

Entonces ocurrió lo esperado: el hombre la tocó. Al inicio se negó a aceptar lo que veía, simplemente no había forma de creérselo. Es que esas cosas no suceden así como así, sin una explicación científica y para eso era poco probable que la hubiera.

Las lagartijas cuando se asustan y son capturadas, desprenden la cola voluntariamente para así poder escapar. Y aunque parezca terrible para ellas es un mecanismo de defensa natural, ya que además pueden regenerar sin mayor problema el miembro perdido.

Aquella tarde comprendió que no le apodaban la lagartona por motivos "sociales", pero igual se negó a aceptarlo. Se dijo a si misma que había alucinado, porque uno no va por el mundo desprendiendo el culo así como si nada, como si volviera a crecer de la noche a la mañana ¿o si?

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