Muertos de hambre
Por Fénix Figueroa
Que feo ha de ser morirse sin haber comido. Dicen que los difuntos se van y sus espíritus conservan lo que tenían en el momento final; la misma ropa, el peinado, la expresión facial y hasta los sentimientos.
Si alguien se muere asustado irá por la otro vida siempre con miedo (tal vez así morí en el pasado); si se va con odio o rencor buscará venganza aún después de la muerte. Lo mismo, si alguien se muere con hambre se convertirá en uno de esos espíritus hambrientos que dejan las ofrendas secas y desabridas. Justo como el alma de don Simón.
El señor Simón trabajaba muy duro, el era albañil, pero no de esos que solo sirven para piropear muchachas y hacer videos cotorros, no, era de esos que levantan edificios muy chingones, edificios por los que ingenieros y arquitectos se llevan todo el crédito, ándele justo como toda la bola de monumentos de la Ciudad.
Haciendo un gran paréntesis de la narración, ¿Se dan cuenta de lo injusta que es la arquitectura mexicana? Bueno, desde el nombre. Si tú buscas un edificio famosillo en internet seguramente encontrarás su historia, quién lo diseño y en qué año, pero nunca jamás (jamás) encontrarás un listado con los nombres de todos los albañiles que trabajaron en su construcción. De hecho, siempre se escribe "construido por...'nombre del arquitecto'...", ay si, como si un solo hombre lo pudiera levantar solito. Cierro paréntesis.
Regresando a la historia ¿Dónde nos quedamos? Ah sí, con el señor Simón que era albañil de los buenos y trabajaba mucho pues tenía una familia que mantener, y que a pesar de tanto esfuerzo seguía siendo pobre, de dinero pues, porque Don Si (de cariño pa' los cuates) tenía una personalidad –como dirían– avasalladora.
Don Simón era sumamente alegre, bien cotorro el 'ñor' además que se rifaba una carnita asada de rechupete. Siempre se la pasaba broma y broma, jijiji por aquí jajaja por allá. Solo había una cosa capaz de marchitarle el ánimo y era el hambre.
Don Si era de buen diente, en todos los sentidos de la expresión. Se podía comer dos platos de pozole, tres pambazos, cuatro tostadas de pata y dos de tinga, con su refresco de medio y todavía dejar espacio para el postre. Sus familiares y amigos siempre lo invitaban a las competencias comilonas de fonditas y taquerías, más que nada porque verlo arrasar con todo era un espectáculo, pero también porque sabían de su situación económica y querían echarle la mano.
Y es que estaba difícil pues no siempre había jale, a veces salían trabajitos aquí y allá pero no alcanzaban pa' todo. El último año había estado más flojo de lo normal, así que cuando le ofrecieron la chamba para construir la nueva delegación aceptó sin chistar, aunque era una chinga; de nueve a nueve y una hora de comida.
Doce horas preparando mezcla; acarreando arena, ladrillos y grava, llenándose las manos de todo un poco. Y como eran tiempos difíciles no siempre alcanzaba para la comida, por eso muchas veces se quedaba sin comer y regresaba –ya de noche– cansado y hambriento a casa.
El domingo que lo mataron fue uno de esos días de regresar sin comer. Cuando los asaltantes de la combi le dispararon, el ya traía un hueco en la panza; con las balas solo se le hizo más grande el vacío. Lo último que le escucharon decir fue "pinches muertos de hambre", pero al final del día el muerto y quién se quedó con hambre fue él.
Desde entonces las ofrendas de su mujer amanecen siempre secas, rancias y pachichis, incluso –cuentan sus hijos– en algunas ocasiones los panes de muerto aparecen mordidos, aunque seguramente eso sea obra de algún goloso.
Por eso es importante siempre llevar una colación con uno, no vaya a ser que la muerte nos lleve sin haber almorzado.
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