Josefina la secadora
Por Fénix Figueroa
Carajo, que jodida muerte, una muerte de mierda literalmente (risa atrabancada). A Josefina le gustaba bromear sobre su fallecimiento en los baños del viejo edificio. Se divertía bastante hasta recordar que el olfato no desaparece aún siendo fantasma. Santas pedorreras Batman, éstas señoras oficinistas deberían comer más fibra. En fin.
Josefina se hacía llamar Chepita porque siempre le había gustado el apodo, no le importaba si coincidía o no con su nombre, tampoco se molestó nunca en averiguarlo. Digamos que era su nombre artístico de fantasma, aunque no había con quién compartirlo salvo con la niña y el anciano que hacen rondas en todos los edificios viejos de México.
Por lo que a falta de personal, Chepita era la ama y señora del susto en el número 47 de la calle fulana. Y si en vida había sido una bomba de mujer, ya muerta nadie la podía parar, mucho menos a sus bromitas que iban y venían del baño de mujeres al de hombres y en ocasiones a las oficinas o el comedor. Pero las que más disfrutaba eran las del sanitario de damas.
Había una muchacha nueva en contabilidad, seguramente ella terminaría ocupando el que una vez había sido su puesto, aunque prefería no pensarlo porque las envidias ocasionan reflujo ectoplásmico, eso de andar vomitando la existencia no le agradaba. En vista de su limitación para envidiar se desquitaba asustando a la jóven, lo cual era bastante fácil.
En el baño de damas había una secadora de aire que llevaba años sin servir, por encima del aparatejo se leía con ironía un cartel que decía "úsame, si sirvo", misma frase que Josefina repetía con voz sensual para las tuberías e inodoros. Todo el personal del piso estaba bien enterado de que la secadora no servía, todos incluidos la muchachita. Por ello solía atravesar la boquilla del artefacto y hacer el mismo sonido del viento cada vez que aquella entraba. La chica siempre se sobresaltaba y pegaba tremenda carrera hasta su oficina. Chepita se desgañotaba de la risa, reía tanto que terminaba tosiendo sus fluidos fantasmales directo al espejo.
Pero un día el intendente decidió retirar la secadora para repararla, durante varios días, en el lugar que antes ocupaba, solo quedó un hueco por el que se veía la retaguardia del aparato gemelo colocado en el baño de hombres. Josefina supo que era el momento para la broma maestra, se frotó las manos y se relamió sus labios traslúcidos de la emoción.
La jóven entro directo a uno de los cubículos. Chepita esperó a que terminara ese asunto porque tampoco quería ser muy hija de la chingada, cuando la chica salió replicó bien fuerte el sonido de la secadora, la cuál evidentemente ya no estaba. Fue tan grande el susto que se resbaló y golpeó la cabeza con el borde del lavamanos.
Chepita reía con ganas hasta que vió correr un río de sangre desde la cabeza de la muchacha hasta la coladera. Se quedó más helada de lo que ya era, tragó plasma y se quedó quieta sin saber que hacer. Al poco tiempo llegaron varios compañeros, atraídos seguramente por el gritazo que había pegado antes de caer. Se armó el caos entre llantos, correderas inútiles, llamadas telefónicas, hasta que llegó el vigilante con los paramédicos. Todo fue inútil, ya estaba muerta.
Josefina se había quedado tan perpleja que ni siquiera se percató que junto a ella, y casi de inmediato, había aparecido una muchachita igual a la que se desangraba y moría en el piso. Ambas vieron la escena en silencio. Los paramédicos retiraron el cuerpo y el vigilante cerró el baño mientras llegaban los peritos, solo hasta aquel momento la jóven comenzó a llorar lastimosamente y Chepita notó su presencia.
–!No Dios mío por favor, dime que no es verdad!
–Hola, tranquila, por favor discúlpame– dijo Chepita con voz compungida.
–¿Quién eres tú?– la jóven tampoco se había percatado de la presencia de su compañera, hasta ese momento.
–Yo soy Josefina– exclamó cambiando por completo su tono de voz, ahora por uno muy orgulloso– pero todos me dicen Chepita.
–¿Tú estás... muerta?
–Si, ya desde hace varios años, y ahora tu también lo estás. De nuevo una disculpa por eso.
–¡No puede ser! ¡Morir en un baño, que humillante, que patético!
–Óigame más respeto señorita... ¿Cómo dijiste que te llamabas? Si la que se asustó y terminó resbalando fue otra.
–Perdóneme, soy una grosera, soy Vero, Verónica, no quise faltarle al respeto ¿Usted murió de la misma manera?
Josefina se quedó en silencio un momento, pensativa, ¿debería contarle todo a aquella chiquilla –porque no era más que eso– solo por ser culpable parcial de su muerte? Al fin decidió, dibujó una sonrisa en sus labios y comenzó.
–Ay háblame de tú, al fin y al cabo ya vamos a ser compañeras de sustos. No querida, yo si que tuve una muerte patética, ¿has escuchado de lo que les pasa a los buzos al salir demasiado pronto del agua?
–Mmmm la mera verdad no ¿qué les sucede?
–Uy mija, si los buzos no se ponen buzos les da algo que llaman descompresión y les terminan reventando todos los órganos. Bueno pues algo así me pasó mija.
–¿Pero cómo, aquí en el baño, te metiste a nadar a las tuberías o cómo?
Chepita soltó una risotada que duró algunos segundos. –No querida, lo que pasa es que yo había venido comiendo muy mal días antes y tenía una indigestión tremenda. Una tarde me metí pues a intentar hacer mis necesidades vea' y nomás no salía nada, ahí estaba puje y puje, en una de esas pensé que si aguantaba la respiración tal vez podría pujar con más fuerza y sacar todo se una buena vez, pero no, lo que me pasó es que de tanta presión me reventaron las venas del cerebro, me dió un derrame y me morí.
–¡Qué barbaridad! Y lo cuenta así como si nada.
–Bueno muchacha, cuando pasan los años va perdiendo importancia, igual ya estoy muerta.
Verónica se quedó mirando la sangre sobre la loseta del baño, completamente perdida en sus pensamientos. A un lado Chepita se tragaba una carcajada para no arruinar la veracidad del relato, la niña esa era muy inocente y fácil de engañar. Al cabo de un rato también ella se quedó meditabunda, tal vez habría sido mejor morir así, como buzo de la cloaca, y no violada y asesinada por el intendente del viejo edificio.
Suspiró con pesadez, al menos ahora ya no estaría tan sola. Miró de reojo a Vero, llena de ternura y remordimiento, y comenzó a pensar en la siguiente broma ¿quién sería la víctima? Quién sabe, pero estaría para morirse.
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