Los adultos que no fueron niños



 Por Fénix Figueroa

Es la mañana del 6 de enero. Mi sobrino se despierta tarde, yo igual. Llega a la sala y descubre sus regalos, aquellos que le han traído los reyes. De inmediato los esparce por el piso y comienza a jugar. Su expresión es de sorpresa y alegría. No es la primera vez, pero si la primera que comprende mejor. Tiene tres años y solo quiere jugar.

Mis padres lo miran con simpatía mientras le retira torpemente el empaque a los juguetes. Intenta sacar algunas piezas que claramente no usará pero que de igual modo necesita exhibir. Mi padre se cabrea por ello, porque no sabe cómo se usan ni cómo se juegan, ¿los juguetes tienen una guía específica?

De pronto me dí cuenta que él no es el único adulto molesto, allá afuera hay cientos de ellos, muchos de ellos incluso –vaya ironía– venden o fabrican juguetes. El mundo está plagado de adultos cabreados, enfurruñados porque han visto a un niño que, según ellos, no sabe jugar. Perdón, a ver si entendí, ¿existe un manual dónde se indique cómo debe jugarse, qué si y qué no está permitido? ¡Que la tostada!

La verdad es que tengo una sola teoría. Mi madre, siempre que ve molesto a papá, dice que es porqué el nunca fue niño, creo que tiene gran parte de razón, pero también creo que es envidia. Todos eso adultos que buscan imponerle un orden, un procedimiento a la infancia, son aquellos a quienes sus padres les hicieron lo mismo. Son esos niños a los que quisieron volver hombres cuando ni aún eran adolescentes.

Si, son adultos que nunca fueron niños porque su infancia se la comió la vida moderna. La hora del juego siempre después de la comida y los deberes, deberes por demás abundantes porque, seamos honestos, nuestros padres y abuelos no la tuvieron tan cómoda como nosotros. Para cuándo llegaba el momento de jugar ya había que irse a la cama, y para cuando ya podía irse más tarde a dormir ya era demasiado grande para esas cosas 

¿A qué edad termina la infancia? Supongo que el algo cultural, o tal vez biológico, o fisiológico, o familiar, tal vez religioso, aunque posiblemente sea genético u hormonal, podría ser moral, o quizá alguna clase de enfermedad. Me parece que nos desviamos mucho del carril, la pregunta está mal, debería ser ¿por qué debemos dejar de ser niños? 

Es curioso como las personas siempre te dicen que llevamos un niño dentro, que no debemos dejar de ser como niños, pero son las mismas personas que te tachan de loco y ridículo por gritar de emoción, por hacer algo inesperado a mitad de la calle o por comportarte con la libertad del viento. Creo que nunca es tarde para vivir tu infancia, sin importar si esta toca a tu puerta a los ochenta. 

Los adultos, especialmente aquellos que nunca fueron niños, deberían darse la oportunidad de ser infantiles, de ser espontáneos y ridículos sin temor a hacerlo mal, porque no hay una forma de hacerlo bien, simplemente porque la infancia no viene con instructivos solo –como la vida– se vive y ya.

Si pienso en mi infancia yo también siento envidia. Espero algún día poder vivirla y hacerlo muy mal, tan mal que de ninguna manera me convierta en un adulto que nunca fue niño.

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