En los pies de la danza


 

Por Fénix Figueroa

Pie de atleta o pies de bailarina, el peor insulto para un fetichista de las patas (y no de pollo) así como para un narcisista empedernido. Ambos conceptos representan dolor, callos feos, mal olor, deformaciones, lesiones, deditos de cheto y otras tantas cosas que te dejan fuera en el casting de modelaje para la Prais Shus.

No importa si eres una Nellie Campobello, un Rudolf Nuréyev o una Ana Pavlova, si tienes las medallas o títulos más importantes del mundo, da igual si eres Premio Nobel de la Paz o un profeta religioso, eso da igual cuando... híjole tiene los pies feos y pues como que eso no habla muy bien de usté, ah porque hasta los datos psicológicos mencionan que la apariencia de tus zapatos refleja un montón de cosas como tu autoestima, tu higiene, tu nivel de organización en la vida y hasta tu estatus social,

Equis, zeta o ye, pero basta de juzgar los piecitos porque no todo en la vida son apariencias. Da igual como se ve, la belleza dentro de lo estéticamente no aceptado es justo la historia que le envuelve, los recuerdos de la piel que se manifiestan de mil maneras.

Una bailarina pareciera guardar una película de terror dentro de esas zapatillas en lo que a los demás respecta, sin embargo, para ella esos callos gorditos y rugosos son la cosa más preciada pues ellos protegen su piel, evitan escoriaciones y son el reflejo del dolor, pero también del esfuerzo, de meses o años de trabajo duro, del amor al arte de contar historias con el cuerpo. 

La danza y los pies hermosos no se emparejan, porque danzar es ofrendar, es sacrificar con el corazón para honrar, alabar, incluso cortejar. Dicen popularmente, si no duele no sirve. 

En las culturas primigenias las y los bailarines ejecutaban sus rutinas descalzos, ya que era su conexión con la tierra, con la madre, de este modo no sólo se agradecía por los bienes que nos da, sino que se así se regresaba parte de la energía del danzante a manera de ofrenda, Esta comunicación, por así decirlo, piel con piel también nos recuerda que venimos de ella y que a ella volveremos.

Las danzas guerreras no sólo son fuerza, vitalidad, fiereza, también deben ser bellas y sensuales porque son el reflejo de la vida. Ser danzante no es cosa de un hobbie, se necesita la pasión y el compromiso para entender que una vez dentro no hay manera de parar, y no porque de una obligación se trate, sino porque quien lo hace encuentra en el baile un lenguaje, un refugio, una medicina, la libertad, la magia, el amor, el valor, una familia y tantas otras cosas que solo cada uno puede decir.

Así de dancen, dancen y encuentren en su cuerpo la maravilla de volar sin alas y llegar tan lejos como sus pasos lo deseen, porque andar en los pies de la danza es estar en los zapatos de la vida. 

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