Honrar a la vida



Por. Fénix Figueroa V 

Cuando cortas el ala de un gallo no es como en las películas, no sale volando un chorro de sangre inmenso y tampoco se coagula de inmediato, pueden pasar días antes de que la sangre se espese tanto como para dejar de escurrirle. Lo que si pasa es que comienza a apestar, se pone frío y le carne se le hace más blanda, por esta razón se deben desplumar a la primera, desde que muere, fresquito.

Para comerlos nos resulta bien fácil comprar el pollo ya pelón, con los menos posibles indicios de vida, porque de verlo así nos da un no se qué ¿Si saben cómo, no? Esa misma sensación entre culpa, miedo, compasión, asco, por la que nadie quiere ser el que le retuerza el pescuezo o aviente el primer machetazo, porque eso sí, debe darse preciso o el miedo del animalito amarga la carne.

Para nosotros los danzantes la cosa va por otro lado. Lo que nos interesa son las plumas. No es que seamos veganos ni nada, pero además de la comedera vemos el propósito indumentario en ello. Portar las plumas es algo honorable, es, como decimos, ser dignos y merecedores.

¿De qué? Las tradiciones y creencias antiguas nos señalan que cuando portamos algún fragmento del animal éste no muere, cobra vida a través de nosotros, en cada uno de los movimientos a los que llamamos danza. Sin embargo, para dignificarlos debe hacerse con conciencia, con entrega y fuerza, ya que con  nuestro cansancio, sudor, esfuerzo, retribuimos esa vida que ahora trasciende y nos engalana con sus restos.

Hoy nos regalaron algunos gallos muertos en la crueldad de las peleas. Los cuerpos, que ya tenían las alas mutiladas, conmocionaron a más de uno en el grupo, pues además del olor, la sangre embarrada, las marcas de la lucha visibles  (sobre todo en el pescuezo), pudimos experimentar la cercanía a este proceso que la mayoría de los danzantes no lleva a cabo.

Si bien él gallo ya está muerto, al arrancarle las plumas se siente como si lo despojaras de los últimos vestigios de vida que le quedan. No parece un cadáver hasta que puede verse la piel, hasta que la carne se aferra tanto al cálamo que se le va pegada, hasta que la sangre es más bien un pegamento espeso de color marrón oscuro.

Pero en todo ese proceso hay algo muy hermoso y es que al darle propósito estamos también honrando ¿Honrando que? Esa vida que fue quizá breve, violenta, maltratada, a esa criatura que no pudo decidir su destino y vió su tiempo terminar para la supervivencia de un igual, aunque fuera por unos días más. Honramos a través de la muerte, desde esa dualidad sin la cuál, irónicamente, no podríamos hacerlo.

Aún no tenemos las plumas suficientes para "emplumarnos" todos, además  ahora sigue otro trabajo, que es la realización de esos atuendos y copillis, pero estoy segura que el día en que lo hagamos todos, portaremos las plumas con mucho amor, orgullo y dignidad, recordando a las aves de dónde provienen, las cuales elevarán sus almas al cosmos guiadas por el humo del copal.

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