Cuando el instinto se antepone a la razón

Por. Fénix Figueroa V.



Dicen que el instinto de supervivencia es muy fuerte, especialmente en animales no domésticos. Dicho instinto nos lleva a desarrollar sistemas de defensa o incluso modos de vida, los zorrillos, por ejemplo, pueden expulsar una sustancia pestilente para alejar a sus depredadores, los camaleones se mi mimetizan con el ambiente a su alrededor y las lagartijas pueden desprender su cola para crear una distracción mientras escapan.

En tanto al hombre, la especie supuestamente más racional, se las arregla para inventar todo tipo de armas que puedan eliminar a sus "depredadores", (¿realmente hay algún animal que cuya dieta básica sea el humano?). Su mejor defensa es el ataque y ante cualquier duda es mejor estar prevenidos. Una vez más el instinto de supervivencia entra en acción, ¿será?

Hace días compré un par de trampas adhesivas para ratones, dado que en casa merodeaba uno. Son muy faciles de usar, solo las separas y colocas en el lugar más estratégico posible. Después de la primer noche el ratón había caído en ella, así que por la mañana lo encontré ahí, luchando desesperadamente por desprenderse. Una misión prácticamente imposible sin ayuda externa.

Era muy pequeño, café, con la cola anillada, pelaje suave (sí, lo acaricié) y unos enormes y redondos ojos negros, en los cuales se reflejaba el miedo. No pude resistirlo, ver a un ser tan chiquito y temeroso percatarse que estaba atrapado en lo que terminaría siendo su muerte. Así que primero le acerqué un trozo de pan que devoró de inmediato, intenté darle agua pero la derramó en su desesperación.

Y como a un niño comencé a regañarlo. Él solo me miraba y respiraba agitadamente. Poco a poco fui despegando su cuerpo con la ayuda de un ganchillo, colocando papel encerado debajo de su cuerpo para evitar que se pegará de nuevo. De inicio se movía tanto que dificultaba las cosas, chillaba con cada tirón y se miraba cada vez más agitado, no obstante, cuando su cola y la pata quedaron libres y con cierta movilidad pareció comprender mi misión. Conservó la calma, aunque expectante y precavido.

Cerca de una hora después su cuerpo entero estaba libre del pegamento. Quedó un poco pelón, especialmente de la pierna derecha. Pero, asustado, despeinado y regañado se marchó. Soy creyente de que los animales pueden entendernos, así que lo liberé con la advertencia de no volver (al menos no a la cocina ni a mi cuarto), de lo contrario ya no lo ayudaría.

En ese momento me pregunté ¿para que colocar una trampa de ratones y luego liberarlo? Pese a los regaños de mi familia, me sentí bien de liberarlo. Después de todo, nosotros, los humanos, llegamos a invadir territorios, modificamos el entorno para construir nuestras casas y llamamos intrusos a los que estaban primero. Después de todo, solo era un pequeño ratón que buscaba algo que comer y no había mordido el papel o la ropa.

Hoy, días después de eso, el ratón nuevamente cayó en la trampa. Está vez se había adherido de cuerpo completo, incluso la trompa. Desde el momento que entré a la cocina chilló, como un niño pidiendo ayuda porque su travesura lo metió en problemas. Lo miré y me sentí traicionada, triste y preocupada, pues me gusta ser congruente con mis palabras, por ello no podría liberarlo.

Intenté explicarme por qué sabiendo de la existencia de la trampa, misma que había librado antes de cambiarla de lugar, decidió volver. ¿Era que acaso no entendía que ese utensilio se utiliza para ocasionar la muerte a su especie? ¿O tal vez se trataba de un ratón suicida? Nuevamente lo regañé, le pregunté sus razones para volver y obviamente no tuve respuesta, al menos no una que pudiera entender (no hablo ratón) solo chilló.

Al mirarlo ahí, también miré sus desechos intestinales distribuidos en la barra de la cocina, sobre la estufa y por debajo de su cola. Acepté que eso no es sano para mí, puesto que pueden transmitir muchas enfermedades respiratorias, fiebres, tifo y bacterias diversas. Recordemos que las ratas fueron las encargadas de propagar la peste bubónica, misma que acabó con la vida de miles. 

Entonces entendí que en efecto, había vuelto por su instinto de supervivencia. Necesitaba comer para vivir, aún bajo el riesgo de encontrarse con el gato o peor, una trampa adhesiva. Pero yo, aunque "racional", también soy un animal instintivo, y para sobrevivir debo evitar riesgos de enfermedades. Esta vez no lo liberé, lo abandoné ahí, con las consecuencias de sus actos y la incertidumbre del tiempo restante en su reloj vital.

No voy a mentir, una parte de mí se sintió aliviada, como si haber "derrotado" a un roedor no más grande que una caja de cerillos fuera una gran hazaña. Sin embargo, me siento más culpable que dichosa, porque considero que toda vida es igualmente valiosa a la mía y yo no soy quien para arrebatarla. 

¿Soy una asesina? Seguramente, una bien disimulada detrás de un supuesto instinto de supervivencia.

Comentarios

  1. Me encanto, me sentí identificado y has logrado dar tu entender c:
    Haz crecido como persona. Quisiera conversar y fascinarme las palabras provenientes de tus labios (interpretalos como chillidos de raton) ahora este raton seguira en su trampa que es la de estar programando desde una maquina (:

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