Atlachinolli
Por. Fénix Figueroa Hace dos días dejé el fuego. El camino que comenzó en marzo, mismo que debía terminar también en marzo, culminó de manera anticipada pero sin percances. Mientras mi pequeño tlemaitl humeaba como nunca antes, frente a ambos se encendía un popochcomitl de talla descomunal y a mi mente llegaban pasajes de agua. El maestro nos fue guiando. Para empezar debía colocar un carbón encendido dentro del popochcomitl. Debo confesar que siempre me dió miedo portar el elemento porque no quería quemarme, pero a diferencia de otras veces, tomé el carbón con decisión, como quien toma una semilla para sembrarla. En seguida, mi hermana acomodó los ocotes y demás carbones, sostuvo una de las ramas para que yo la encendiera. La llama escaló por la madera como un pez en el río, pronto se adhirió a los otros pedazos en un hermoso incendio contenido. Por último, debía vaciar el contenido —un par de carboncitos al rojo vivo— de mi tlemaitl en el popochcomitl de ella. Así de fácil volví a